lo visteis??
fue increible, pero antes q soltaros un rollo os dejo un articulo sacado del pais
a q esta de puta madre? no sabia q habia sido Botero quien le ayudo al final
fue increible, pero antes q soltaros un rollo os dejo un articulo sacado del pais
EDICIÓN IMPRESA > DEPORTES ESTADÍSTICA DE LA NOTICIA
Lunes, 15 de octubre de 2001
Freire alcanza de nuevo la gloria
El corredor de Torrelavega se impone con un brillante 'sprint' y culmina el espléndido trabajo del equipo español
CARLOS ARRIBAS | Lisboa
Siempre parece que Óscar Freire no está. Es una sensación de desasosiego dura de sobrellevar. Pasó ayer, por ejemplo. Faltaba un kilómetro. Los corredores, un pelotón largo y estirado, más grande de lo que se esperaba, pasaron en fila india por debajo del triángulo rojo. Pasaron por debajo de una cámara de televisión. Un plano en picado que permitía reconocer a todos. Pasaron los italianos, furiosos y divididos. Pasó Ullrich, derrotado y orgulloso, fiero. Pasaron los holandeses, también favoritos, resignados a una llegada masiva en la que su Dekker y su Boogerd no tenían nada que hacer. Hasta se vio pasar a Zabel, frío e inmóvil, como siempre, escalofríos por la piel.
No había franceses, derrotados. Había muchos desconocidos del Este. También delante se veía a algunos españoles. Estaba el increíble Vicioso, el aragonés que descubría el Mundial y se dejaba descubrir por el mundo, fugado y tenaz, rápido y vivo, infatigable. Estaba también Beloki, inteligente y trabajador, hombre clave de la selección. Estaba Botero, inmenso en su maillot amarillo, el color de Colombia. Estaban todos. Pero a Freire no se le veía. Y había un hueco grande y la carrera estaba lanzada. Sólo quedaba un kilómetro y habría sprint. Pero Freire no estaba. Tanto sufrir para acabar ahí. Tanto amor y no poder hacer nada al final. Desasosiego y tristeza.
Fue un momento de invisibilidad, de duda, el único; o, mejor, el segundo. Hasta entonces, hasta el kilómetro 253, hasta el final de la vuelta 21ª, sólo se había visto en el circuito, subiendo a Serafina, bajando hasta el fondo, subiendo hasta Pimenteira, el punto más alto, mirador sobre Lisboa y el Tajo, el mar de la Paja..., sólo se había visto a ciclistas españoles por todas partes. Perejil, que está en todas las salsas. Eladio, Cuesta y Díaz Justo, revoltosos, juguetones, de entrada. También Osa: control y fuga. Siempre delante. Diezmando a las otras selecciones. Dejando a Ullrich sin fuerzas ni compañeros. Después, los demás: Sevilla, enorme, jugando de defensa y delantero, abortando cortes, forzando la marcha con el italiano de turno, salpicando Lisboa con su gracia; Casero, en el llano, en los descensos; Vicioso, arriba y abajo; Blanco, oscuro, cara cubierta de barro, fuerza; Beloki, en los momentos difíciles, capitán de ruta, intérprete de Freire; Rubiera, cortando al final; Beltrán, la sombra del jefe.
Siempre a la que salta. Se fue Vicioso con Di Luca y Bettini, otra de las apuestas locas italianas, y murieron los alemanes. Era la vuelta 17ª. Ullrich se quedó sin gregarios. Se agotaron todos persiguiendo. Se quedó Ullrich solo con Aldag. Ataque de nervios. Ataque desesperado. Impaciencia. Plato grande y todo, Ullrich atacó en el sitio equivocado, en el momento que no era. A falta de dos vueltas, 35 kilómetros. La gente se asustó. La coz, gritaba. Pero no pasó nada. O casi nada. 'Sabíamos que, si no se iba solo, Ullrich levantaría el pie', dijo Beloki. No se pudo ir solo. Le aguantó Figueras, otro italiano y Boogerd y los holandeses.
Pero Freire no. Fue el momento más grave. 'Me dejó tirado', dijo Freire, que quiso seguirle y no pudo; 'decidí no salir más a sus ataques y recuperar fuerzas'. Se alarmaron sus compañeros. Le preguntaron por su circuito interno: '¿Estás bien? ¿Qué hacemos?'. 'Les dije que no había problemas, que tiraran para adelante', les respondió. 'Le hicimos caso', explicó Beloki; 'seguiríamos la táctica del sprinter, la que nos dictó. Le llevaríamos hasta el final'.
En la siguiente vuelta, y en la siguiente, siempre en la Pimenteira, Ullrich volvió a intentarlo. Siempre marcado, con gente encima, sin éxito. Hasta Simoni, el pimpante italiano, el ganador del Giro, dio un zapatazo. Y hasta pudo irse solo. Abrió hueco. Nadie se alarmó. 'En el descenso sabíamos que caería', contó Freire. Cayó, pero, entre otras cosas, gracias a la traición de Lanfranchi, otro italiano, que entregó su último aliento en la persecución de su compatriota. 'No sabía que Simoni iba solo', le disculpó Bettini, también italiano y compañero en el Mapei de Freire y Lanfranchi, que disputó el sprint y fue el segundo.
Así llegaron al último kilómetro. Y Freire no estaba. 'Le vi allí solo y, como yo no tenía nada que hacer en el sprint, le dije que se pusiera a mi rueda y le subí'. Fue Botero, el inmenso colombiano, el que le protegió y le acercó a la cabeza. Porque, llegado el momento, cuando faltaban 200 metros, cuando el Mundial se iba a decidir, hubo otro barrido de cámara desde el cielo. Una camiseta naranja abriendo el paso, el desesperado Dekker, el favorito que no encontró su sitio. A su rueda, Zabel, invitado inesperado, impaciente, loco por acabar. Y detrás, a la derecha, contra las vallas, él, Freire, progresando, rozando el alambre, las ruedas, lanzando su golpe de riñones. Llegado el momento, el hombre invisible, el que nunca aparece, ocupó de repente toda la pantalla. Porque, por dentro, por el hueco estrecho, superó a Zabel, el grande; pasó a Dekker, el desesperado; resistió el intento de remontada de Bettini, del esloveno Hauptman. Sacó casi una bicicleta al segundo. Levantó los brazos y llenó el mundo con su sonrisa inmensa. 'No se gana todos los días y, si no entras riendo...', concluyó. Era su segundo título mundial, su segundo arco iris. Aún tiene 25 años.
Lunes, 15 de octubre de 2001
Freire alcanza de nuevo la gloria
El corredor de Torrelavega se impone con un brillante 'sprint' y culmina el espléndido trabajo del equipo español
CARLOS ARRIBAS | Lisboa
Siempre parece que Óscar Freire no está. Es una sensación de desasosiego dura de sobrellevar. Pasó ayer, por ejemplo. Faltaba un kilómetro. Los corredores, un pelotón largo y estirado, más grande de lo que se esperaba, pasaron en fila india por debajo del triángulo rojo. Pasaron por debajo de una cámara de televisión. Un plano en picado que permitía reconocer a todos. Pasaron los italianos, furiosos y divididos. Pasó Ullrich, derrotado y orgulloso, fiero. Pasaron los holandeses, también favoritos, resignados a una llegada masiva en la que su Dekker y su Boogerd no tenían nada que hacer. Hasta se vio pasar a Zabel, frío e inmóvil, como siempre, escalofríos por la piel.
No había franceses, derrotados. Había muchos desconocidos del Este. También delante se veía a algunos españoles. Estaba el increíble Vicioso, el aragonés que descubría el Mundial y se dejaba descubrir por el mundo, fugado y tenaz, rápido y vivo, infatigable. Estaba también Beloki, inteligente y trabajador, hombre clave de la selección. Estaba Botero, inmenso en su maillot amarillo, el color de Colombia. Estaban todos. Pero a Freire no se le veía. Y había un hueco grande y la carrera estaba lanzada. Sólo quedaba un kilómetro y habría sprint. Pero Freire no estaba. Tanto sufrir para acabar ahí. Tanto amor y no poder hacer nada al final. Desasosiego y tristeza.
Fue un momento de invisibilidad, de duda, el único; o, mejor, el segundo. Hasta entonces, hasta el kilómetro 253, hasta el final de la vuelta 21ª, sólo se había visto en el circuito, subiendo a Serafina, bajando hasta el fondo, subiendo hasta Pimenteira, el punto más alto, mirador sobre Lisboa y el Tajo, el mar de la Paja..., sólo se había visto a ciclistas españoles por todas partes. Perejil, que está en todas las salsas. Eladio, Cuesta y Díaz Justo, revoltosos, juguetones, de entrada. También Osa: control y fuga. Siempre delante. Diezmando a las otras selecciones. Dejando a Ullrich sin fuerzas ni compañeros. Después, los demás: Sevilla, enorme, jugando de defensa y delantero, abortando cortes, forzando la marcha con el italiano de turno, salpicando Lisboa con su gracia; Casero, en el llano, en los descensos; Vicioso, arriba y abajo; Blanco, oscuro, cara cubierta de barro, fuerza; Beloki, en los momentos difíciles, capitán de ruta, intérprete de Freire; Rubiera, cortando al final; Beltrán, la sombra del jefe.
Siempre a la que salta. Se fue Vicioso con Di Luca y Bettini, otra de las apuestas locas italianas, y murieron los alemanes. Era la vuelta 17ª. Ullrich se quedó sin gregarios. Se agotaron todos persiguiendo. Se quedó Ullrich solo con Aldag. Ataque de nervios. Ataque desesperado. Impaciencia. Plato grande y todo, Ullrich atacó en el sitio equivocado, en el momento que no era. A falta de dos vueltas, 35 kilómetros. La gente se asustó. La coz, gritaba. Pero no pasó nada. O casi nada. 'Sabíamos que, si no se iba solo, Ullrich levantaría el pie', dijo Beloki. No se pudo ir solo. Le aguantó Figueras, otro italiano y Boogerd y los holandeses.
Pero Freire no. Fue el momento más grave. 'Me dejó tirado', dijo Freire, que quiso seguirle y no pudo; 'decidí no salir más a sus ataques y recuperar fuerzas'. Se alarmaron sus compañeros. Le preguntaron por su circuito interno: '¿Estás bien? ¿Qué hacemos?'. 'Les dije que no había problemas, que tiraran para adelante', les respondió. 'Le hicimos caso', explicó Beloki; 'seguiríamos la táctica del sprinter, la que nos dictó. Le llevaríamos hasta el final'.
En la siguiente vuelta, y en la siguiente, siempre en la Pimenteira, Ullrich volvió a intentarlo. Siempre marcado, con gente encima, sin éxito. Hasta Simoni, el pimpante italiano, el ganador del Giro, dio un zapatazo. Y hasta pudo irse solo. Abrió hueco. Nadie se alarmó. 'En el descenso sabíamos que caería', contó Freire. Cayó, pero, entre otras cosas, gracias a la traición de Lanfranchi, otro italiano, que entregó su último aliento en la persecución de su compatriota. 'No sabía que Simoni iba solo', le disculpó Bettini, también italiano y compañero en el Mapei de Freire y Lanfranchi, que disputó el sprint y fue el segundo.
Así llegaron al último kilómetro. Y Freire no estaba. 'Le vi allí solo y, como yo no tenía nada que hacer en el sprint, le dije que se pusiera a mi rueda y le subí'. Fue Botero, el inmenso colombiano, el que le protegió y le acercó a la cabeza. Porque, llegado el momento, cuando faltaban 200 metros, cuando el Mundial se iba a decidir, hubo otro barrido de cámara desde el cielo. Una camiseta naranja abriendo el paso, el desesperado Dekker, el favorito que no encontró su sitio. A su rueda, Zabel, invitado inesperado, impaciente, loco por acabar. Y detrás, a la derecha, contra las vallas, él, Freire, progresando, rozando el alambre, las ruedas, lanzando su golpe de riñones. Llegado el momento, el hombre invisible, el que nunca aparece, ocupó de repente toda la pantalla. Porque, por dentro, por el hueco estrecho, superó a Zabel, el grande; pasó a Dekker, el desesperado; resistió el intento de remontada de Bettini, del esloveno Hauptman. Sacó casi una bicicleta al segundo. Levantó los brazos y llenó el mundo con su sonrisa inmensa. 'No se gana todos los días y, si no entras riendo...', concluyó. Era su segundo título mundial, su segundo arco iris. Aún tiene 25 años.
a q esta de puta madre? no sabia q habia sido Botero quien le ayudo al final
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