La razón por la que los organismos unicelulares evolucionan, es porque las células hembras no tienen tetas.
Soy Arsen!!, una criatura que hizo todo lo posible para conseguir unas!!!
Mi historia empezó hace unos 4400 millones de años. Me vi en el seno de una charca salvaje con apenas una mandíbula, un flagelo en el culo, un par de ojitos y un tamaño de unas pocas micras.
Mi primera víctima fue un Minno. Hay que ser pardillete para tener 5 ojos y caer en mis manos… yo como sólo tenía 2, a veces era presa de los Pececitos.
Gracias al aumento de ADN evolucioné, y cerca de la boca desarrollé un par de pinchos además, cambié el color a rojo para advertir a los insensatos del peligro que correrían en caso de molestarme La verdadera consecuencia de ese cambio evolutivo fue la posibilidad de dejar de ser carroñero. Eso me convirtió en un auténtico depredador. La carne fresca era mucho más sabrosa, y el subidón de matar y desgarrar no tenía igual.
Jooo, ¡¡¡que delicia oler los jugos intracelulares por la mañana!!!… una vez, durante 12 segundos, descuarticé a un Tijeretas, y cuando acabé pasé una y otra vez por encima de sus restos. No encontré ni un orgánulo entero de ese bicho de mierda, que pestazo a citoplasma. Toda la charca olía a… victoria...
Pero la vida en la charca necesita más que unos pinchos para ganar en tranquilidad. La velocidad es un factor clave, por esa razón el flagelo de la cola se desdobló y aparecieron otro par justo detrás de los ojos.
Me movía como un torpedo, pero la potencia sin control no sirve de nada. Las fuerzas de convicción dentro de la charca son variables y desviaban mis rápidas trayectorias haciéndome perder precisión. Una pequeña mutación en los flagelos traseros resolvió este problema. Los cilios permitían tomar curvas suficientemente cerradas como para hacer sucesivos ataques sin disminuir la velocidad.
Lo que se ve en la imagen no es un abuso de fuerza criminal…. Es una mezcla de ley de vida y cuestión de honor. Tenía que vengarme de esas criaturas que mil millones de años antes me habían aterrado.
Hubo un momento en que un gran deseo provocó un gran cambio en mí. Me curioseaban demasiado las plantas pacíficamente flotando por todos lados. ¿A qué sabe la clorofila? A veces me encontraba con auténticos paraísos de color verde, llenos de frutos maduros. Así que decidí invertir unos cuantos nucleótidos para codificar una boca omnívora. Soñaba en el futuro, en algo así como unas 4 eras geológicas más tarde, viviendo a base de sorber zumo de cebada y hamburguesas licuadas y… por vez primera era feliz.
Lo mejor de una boca omnívora es la facilidad de encontrar comida. No es necesario perder tiempo matando y descuartizando… parasitar a tus víctimas es maquiavélicamente más interesante. Te deslizas entre los pinchos de tu víctima, le clavas el aguijón y te pones hasta el culo de sus jugos. A los más listillos que intentan pegarte un bocado… les absorbes la vida a través de sus propias fauces.
El par de ojos en los laterales, herencia de antepasados herbívoros, me había procurado una amplia visión de los peligros, pero a medida que era yo quien encarnaba al peligro, se desplazaron ligeramente hacia delante, juntándose en pro de una visión frontal más calculadora. Pero la evolución también recompensaba a otras especies, y nuevas vulnerabilidades me acecharon por culpa de los modernos sistemas de propulsión, armas eléctricas o venenos.
De nuevo opté por los pinchos, pero esta vez de gran tamaño para proteger los costados.
A estas alturas mi tamaño era considerable, vivía en aguas poco profundas, con gran visibilidad aunque también con mayores peligros. Entre los restos de grandes exoesqueletos se escondían mis principales enemigos. Unos bichitos pequeñitos, agresivos e incansables que atacaban en grupo siempre que podían. Fueron ellos quienes me obligaron a realizar la siguiente evolución celular, y poder completar mi defensa frontal.
Con los nuevos pinchos de tamaños progresivos, podía enfrentarme a un grupo de ellos y salir ileso. La agitación de mi cabeza les daba muerte con sencilla rapidez. Y allí me encontraba yo, en medio de una nube roja citoplasmática, con cachos de carne por todos lados… ainssss… cada pelea me clavaba una espina en el corazón y al final me estalló con la crisis de los 600 millones de años. Me sentía viejo y cansado, la morriña de la carne fresca me helaba el alma, estaba harto de sorber zumos con pajita. Necesitaba masticar, descuartizar con la mandíbula, sentir que mi vida dependía de muerte ajena, en vez de picotazos inocentes… y mi mejor prozac, fue recuperar mis fuertes fauces.
Viviendo cerca de la superficie, los rayos del sol endurecieron mis membranas celulares y empezaron a aparecerme escamas, la mayor concentración de oxígeno afectaba mi respiración y me di cuenta de que adquirirlo directamente del aire era más rentable, y mis incursiones a las orillas cambiaron la fisonomía de mis extremidades inferiores.
Había llegado el momento de colonizar un nuevo mundo y quien sabe si algún día reclamar el trono
E aquí mi camino evolutivo, durante los primeros 800 millones de años de búsqueda de las preciadas tetas
Soy Arsen!!, una criatura que hizo todo lo posible para conseguir unas!!!
Mi historia empezó hace unos 4400 millones de años. Me vi en el seno de una charca salvaje con apenas una mandíbula, un flagelo en el culo, un par de ojitos y un tamaño de unas pocas micras.
Mi primera víctima fue un Minno. Hay que ser pardillete para tener 5 ojos y caer en mis manos… yo como sólo tenía 2, a veces era presa de los Pececitos.
Gracias al aumento de ADN evolucioné, y cerca de la boca desarrollé un par de pinchos además, cambié el color a rojo para advertir a los insensatos del peligro que correrían en caso de molestarme La verdadera consecuencia de ese cambio evolutivo fue la posibilidad de dejar de ser carroñero. Eso me convirtió en un auténtico depredador. La carne fresca era mucho más sabrosa, y el subidón de matar y desgarrar no tenía igual.
Jooo, ¡¡¡que delicia oler los jugos intracelulares por la mañana!!!… una vez, durante 12 segundos, descuarticé a un Tijeretas, y cuando acabé pasé una y otra vez por encima de sus restos. No encontré ni un orgánulo entero de ese bicho de mierda, que pestazo a citoplasma. Toda la charca olía a… victoria...
Pero la vida en la charca necesita más que unos pinchos para ganar en tranquilidad. La velocidad es un factor clave, por esa razón el flagelo de la cola se desdobló y aparecieron otro par justo detrás de los ojos.
Me movía como un torpedo, pero la potencia sin control no sirve de nada. Las fuerzas de convicción dentro de la charca son variables y desviaban mis rápidas trayectorias haciéndome perder precisión. Una pequeña mutación en los flagelos traseros resolvió este problema. Los cilios permitían tomar curvas suficientemente cerradas como para hacer sucesivos ataques sin disminuir la velocidad.
Lo que se ve en la imagen no es un abuso de fuerza criminal…. Es una mezcla de ley de vida y cuestión de honor. Tenía que vengarme de esas criaturas que mil millones de años antes me habían aterrado.
Hubo un momento en que un gran deseo provocó un gran cambio en mí. Me curioseaban demasiado las plantas pacíficamente flotando por todos lados. ¿A qué sabe la clorofila? A veces me encontraba con auténticos paraísos de color verde, llenos de frutos maduros. Así que decidí invertir unos cuantos nucleótidos para codificar una boca omnívora. Soñaba en el futuro, en algo así como unas 4 eras geológicas más tarde, viviendo a base de sorber zumo de cebada y hamburguesas licuadas y… por vez primera era feliz.
Lo mejor de una boca omnívora es la facilidad de encontrar comida. No es necesario perder tiempo matando y descuartizando… parasitar a tus víctimas es maquiavélicamente más interesante. Te deslizas entre los pinchos de tu víctima, le clavas el aguijón y te pones hasta el culo de sus jugos. A los más listillos que intentan pegarte un bocado… les absorbes la vida a través de sus propias fauces.
El par de ojos en los laterales, herencia de antepasados herbívoros, me había procurado una amplia visión de los peligros, pero a medida que era yo quien encarnaba al peligro, se desplazaron ligeramente hacia delante, juntándose en pro de una visión frontal más calculadora. Pero la evolución también recompensaba a otras especies, y nuevas vulnerabilidades me acecharon por culpa de los modernos sistemas de propulsión, armas eléctricas o venenos.
De nuevo opté por los pinchos, pero esta vez de gran tamaño para proteger los costados.
A estas alturas mi tamaño era considerable, vivía en aguas poco profundas, con gran visibilidad aunque también con mayores peligros. Entre los restos de grandes exoesqueletos se escondían mis principales enemigos. Unos bichitos pequeñitos, agresivos e incansables que atacaban en grupo siempre que podían. Fueron ellos quienes me obligaron a realizar la siguiente evolución celular, y poder completar mi defensa frontal.
Con los nuevos pinchos de tamaños progresivos, podía enfrentarme a un grupo de ellos y salir ileso. La agitación de mi cabeza les daba muerte con sencilla rapidez. Y allí me encontraba yo, en medio de una nube roja citoplasmática, con cachos de carne por todos lados… ainssss… cada pelea me clavaba una espina en el corazón y al final me estalló con la crisis de los 600 millones de años. Me sentía viejo y cansado, la morriña de la carne fresca me helaba el alma, estaba harto de sorber zumos con pajita. Necesitaba masticar, descuartizar con la mandíbula, sentir que mi vida dependía de muerte ajena, en vez de picotazos inocentes… y mi mejor prozac, fue recuperar mis fuertes fauces.
Viviendo cerca de la superficie, los rayos del sol endurecieron mis membranas celulares y empezaron a aparecerme escamas, la mayor concentración de oxígeno afectaba mi respiración y me di cuenta de que adquirirlo directamente del aire era más rentable, y mis incursiones a las orillas cambiaron la fisonomía de mis extremidades inferiores.
Había llegado el momento de colonizar un nuevo mundo y quien sabe si algún día reclamar el trono
E aquí mi camino evolutivo, durante los primeros 800 millones de años de búsqueda de las preciadas tetas
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