Siglo V a.c. Japón vive, sin saberlo, sus últimos momentos de paz y prosperidad. Su cultura rebosa, su religión, la Única y Verdadera Fe, se propaga por los países vecinos. Su ciencia avanza. Su territorio crece, sus ciudades crecen, la felicidad de sus ciudadanos crece. Todo crece. Japón crece y su líder se crece.
Pero la siniestra ruleta del destino aún tiene preparada una sorpresa, y no pequeña precisamente, que truncará para siempre los sueños japoneses. Ciro el persa, conocido posteriormente como Ciro el Abominable, se toma unas setas en mal estado. No logra sobreponerse a ellas. En su ficticio mundo de sensaciones y colorines cree descubrir que Japón es la causa del mal en el mundo y se decide a erradicarlo del mapa, iniciando una absurda guerra que ni sus más allegados colaboradores comprenden, contra un país lejano que jamás le había hecho mal alguno. Así en el 475 a.c comienza la Guerra de las Setas.
Aprovechando la sorpresa del ataque y la rapidez de sus arqueros montados los persas logran algunos éxitos iniciales que marcarán el devenir inmediato de la guerra: arrasan la campiña de Osaka y Tokio, efectivamente cortando los suministros japoneses de cobre, oro, reses, maíz y ciervos. Las bajas japonesas durante este período son terribles, más bien escandalosas. Miles de jóvenes se alistan y entregan sus vidas para defender sus hogares y sus familias. La consigna es: "antes de morir mata a tu persa". Finalmente los persas no logran conquistar ninguna ciudad pues tanto Osaka como Tokio están fuertemente defendidas y el ejército japonés ha logrado reorganizarse. La vanguardia persa, causante de las mayores y más atroces matanzas a civiles (incluyendo tres brigadas de trabajadores) conocidas en la historia, es exterminda. Las cabezas de estos asesinos genocidas son clavadas en las murallas de Tokio y Osaka y sus cuerpos arrojados a las hienas.
La guerra se prolonga y se convierte en una sangría contínua para ambos bandos. La economía de ambas naciones se hunde y tanto Japón como Persia acaban quedándose completamente desfasadas en ciencia. Finalmente los romanos, que no tenían acuerdo de paso con los persas, fundan una ciudad que les corta el paso. Esto supone un balón de oxígeno para Japón y permite al ejército japonés conquistar la ciudad bárbara del Oeste y avanzar hacia una colina estratégica en el Este. En dicha colina se funda Nagoya, llamada a ser un bastión inexpugnable. Las veteranas tropas japonesas se acantonan y esperan pacientes, pues algo les dice que tarde o temprano los odiados volverán.
Pero la siniestra ruleta del destino aún tiene preparada una sorpresa, y no pequeña precisamente, que truncará para siempre los sueños japoneses. Ciro el persa, conocido posteriormente como Ciro el Abominable, se toma unas setas en mal estado. No logra sobreponerse a ellas. En su ficticio mundo de sensaciones y colorines cree descubrir que Japón es la causa del mal en el mundo y se decide a erradicarlo del mapa, iniciando una absurda guerra que ni sus más allegados colaboradores comprenden, contra un país lejano que jamás le había hecho mal alguno. Así en el 475 a.c comienza la Guerra de las Setas.
Aprovechando la sorpresa del ataque y la rapidez de sus arqueros montados los persas logran algunos éxitos iniciales que marcarán el devenir inmediato de la guerra: arrasan la campiña de Osaka y Tokio, efectivamente cortando los suministros japoneses de cobre, oro, reses, maíz y ciervos. Las bajas japonesas durante este período son terribles, más bien escandalosas. Miles de jóvenes se alistan y entregan sus vidas para defender sus hogares y sus familias. La consigna es: "antes de morir mata a tu persa". Finalmente los persas no logran conquistar ninguna ciudad pues tanto Osaka como Tokio están fuertemente defendidas y el ejército japonés ha logrado reorganizarse. La vanguardia persa, causante de las mayores y más atroces matanzas a civiles (incluyendo tres brigadas de trabajadores) conocidas en la historia, es exterminda. Las cabezas de estos asesinos genocidas son clavadas en las murallas de Tokio y Osaka y sus cuerpos arrojados a las hienas.
La guerra se prolonga y se convierte en una sangría contínua para ambos bandos. La economía de ambas naciones se hunde y tanto Japón como Persia acaban quedándose completamente desfasadas en ciencia. Finalmente los romanos, que no tenían acuerdo de paso con los persas, fundan una ciudad que les corta el paso. Esto supone un balón de oxígeno para Japón y permite al ejército japonés conquistar la ciudad bárbara del Oeste y avanzar hacia una colina estratégica en el Este. En dicha colina se funda Nagoya, llamada a ser un bastión inexpugnable. Las veteranas tropas japonesas se acantonan y esperan pacientes, pues algo les dice que tarde o temprano los odiados volverán.
Comment