Voy a hacer la gran Drakan 
Es muy largo, pero es imperdible. Vale decir que debe ser la primera vez que concuerdo con Feinmann en algo, pero esta vez me parece que está como para colgarla en un cuadrito.

Es muy largo, pero es imperdible. Vale decir que debe ser la primera vez que concuerdo con Feinmann en algo, pero esta vez me parece que está como para colgarla en un cuadrito.
CINE: OPINION
La condición humana
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José Pablo Feinmann. Filósofo y escritor. Su novela "La sombra de Heidegger" se publica en breve.
Las manos de Hitler (la izquierda, sobre todo) no dejan de temblar. Cierta vez, a comienzos de la década del treinta, el filósofo Karl Jaspers le reprochó a su colega y amigo Heidegger su admiración por el Führer. Heidegger respondió: "¿Es que no ha visto usted sus manos? Son muy bellas". Esas manos firmaron papeles que ordenaron instalar campos de concentración, invadir Polonia, iniciar una guerra que se llevaría 50 millones de vidas, esas manos firmaron la orden de la solución final. Llevo cinco años trabajando sobre el nacionalsocialismo. (Llevo, en rigor, toda mi vida. Pero hablo de una etapa de intensificación de la tarea.) La belleza de las manos del Führer y —sobre todo— el filósofo que encontraba esa belleza en ellas me obsesionaban desde largo tiempo.
Una encuesta de fines del siglo pasado dio a Hitler como el hombre más importante del siglo XX. Heidegger, se sabe, es acaso el más genial de los filósofos de ese mismo tiempo. Los dos, se sabe, fueron nacionalsocialistas. La cuestión no es simple.
De La caída (torpemente) se dice que es inmoral porque "humaniza" a Hitler. El desconocimiento que hay sobre la temática del nazismo y los derechos humanos detrás de esta mínima afirmación es grave, es torpe y, en algún punto, peligrosa. Si la película es "inmoral" porque "humaniza" a Hitler tendríamos, entonces, que lo "humano" es lo moral y lo "inhumano" lo "inmoral". Así, para tranquilidad de conciencias que buscan eso: serenarse con mentiras piadosas, se ha razonado durante algún tiempo. Pero no: Hitler era humano. Pertenecía a la condición humana. Y fue uno de sus frutos más perfectos. No hay "lo malo". No hay "lo bueno". El Bien y el Mal están en lucha y el campo de batalla es el corazón del hombre. Freud encuentra en el hombre maniatado por las prohibiciones que posibilitan la cultura dos pulsiones: la pulsión de muerte y la de vida (el Eros). Recuerda la frase de Hobbes, creador del pesimismo burgués, "el hombre es el lobo del hombre", y no cree que esto vaya a cambiar. Tal vez Eros logre reducir el avance de su terrible adversario. Pero sólo eso. La pulsión de muerte es indetenible.
En Dialéctica del iluminismo Adorno y Horkheimer destruyen la versión Billiken del nazismo. Que sería así: una pandilla de hombres muy malvados se adueñó de un Estado, hizo una guerra y asesinó seis millones de judíos. Esto deja en paz a todos. El nazismo fue, así, un hecho irracional, un brote feroz y macabro de la historia, una desviación, un extravío horroroso del cual el ser humano sabrá regresar. No es así. El nazismo es uno de los movimientos más racionales de la historia humana. Para Adorno y Horkheimer, incluso, Auschwitz es fruto del endiosamiento de la Razón que hace el Iluminismo. También la idea de "pandilla de asesinos", a la racionalidad y humanidad de la historia, blanquea al pueblo alemán, que sostuvo a Hitler del principio hasta el fin, hasta el mismísimo terrible fin.
La "teoría de los dos demonios" juega en la Argentina un papel semejante: dos extremos desquiciados y, en el medio, un pueblo inocente que mira entre el terror y la impotencia. Hitler lo dice claramente: ellos (el pueblo alemán) nos eligieron, que ahora mueran con nosotros. La "culpa colectiva" es uno de los temas más duros y conflictos, pero reales, necesarios. Jaspers la estableció para el pueblo alemán. Lo que se sabe y escasamente se discute es que un pueblo no sólo es responsable de lo que crea sino de lo que no puede evitar. Y, sobre todo, si no hace nada, nada en absoluto por evitarlo.
Al fin los alemanes enfrentan su propia y dolorosa historia. Habermas lo pedía en 1953 al comentar la reedición de la Introducción a la metafísica de Heidegger de cuyas páginas el Rektor de Friburgo no había eliminado los adjetivos "verdad" y "grandeza" que le atribuía al nacionalsocialismo. Habermas decía que la cuestión sobrepasaba a Heidegger, cubría a todo el pueblo: qué hicimos y no hicimos para que esto haya sido posible.
¡Qué triste el Hitler que dibuja el gran Bruno Ganz! Pocas veces en un filme se vio a un hombre enfrentar la muerte con tan poca grandeza. Quebrado, partido sobre sí, humillado, arrastrando los pies, loco, patético, imaginando ejército irreales ante el asombro de sus generales (que también van a morir pero no tiemblan ni han perdido la razón), lanzando gritos y órdenes que ya nadie entiende, ese ser humano exhibe la miseria de su condición, la que comparte con todos nosotros, la humana.
Hitler fue un hombre tramado por la historia, apoyado por miles de intereses, impulsado por los mariscales del acero y por la aristocracia y por el capitalismo internacional para frenar la "ola roja", sostenido por quienes creían que los mercaderes judíos se habían robado la riqueza alemana, por la clase media que pedía "orden" ante los des-órdenes de la República de Weimar y hasta por la intelectualidad alemana, por el genial autor de Ser y Tiempo. La administración de los campos del horror (como en el Reich argentino) fue racional en extremo. No fue un hecho irracional e inhumano. Pero, ¿qué creen que es el hombre quienes aún buscan serenarse con estos cuentos de hadas? Los torturadores no eran "bestias". Eran hombres. Decirles "bestias" es agraviar a las bestias, que no torturan.
Los administradores de los campos y sus ideólogos eran hombres, sus planes estaban tramados por una racionalidad instrumental implacable y su crueldad se alimentaba por una creación maestra de la pulsión de muerte: la invención del Otro absoluto. El judío, el negro, el subversivo, el disidente. Nosotros no matamos hombres, matamos judíos, decía Himmler. Nosotros no matamos personas, matamos subversivos, decía Camps. No hay nada más sencillo para el hombre que instaurar la lógica de la muerte. Se trata de crear un valor absoluto (la tierra, la sangre, la raza de señores, el ser nacional, la Diosa Razón, la revolución proletaria, el hombre nuevo, la Democracia Occidental) y, desde ahí, matar a todos quienes, uno, el verdugo del Nuevo Orden, decide que son el "enemigo", el Otro. La víctima, cuya vida, al ser nosotros lo Absoluto, nos pertenece, porque es relativa, está "fuera" de lo Absoluto. Es decir, es nada y nada vale. La caída es una de las más grandes películas de nuestro tiempo. Con un agregado: dibuja la figura de la más escalofriante Lady Macbeth de la historia del cine, la mujer de Goebbels.
La condición humana
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José Pablo Feinmann. Filósofo y escritor. Su novela "La sombra de Heidegger" se publica en breve.
Las manos de Hitler (la izquierda, sobre todo) no dejan de temblar. Cierta vez, a comienzos de la década del treinta, el filósofo Karl Jaspers le reprochó a su colega y amigo Heidegger su admiración por el Führer. Heidegger respondió: "¿Es que no ha visto usted sus manos? Son muy bellas". Esas manos firmaron papeles que ordenaron instalar campos de concentración, invadir Polonia, iniciar una guerra que se llevaría 50 millones de vidas, esas manos firmaron la orden de la solución final. Llevo cinco años trabajando sobre el nacionalsocialismo. (Llevo, en rigor, toda mi vida. Pero hablo de una etapa de intensificación de la tarea.) La belleza de las manos del Führer y —sobre todo— el filósofo que encontraba esa belleza en ellas me obsesionaban desde largo tiempo.
Una encuesta de fines del siglo pasado dio a Hitler como el hombre más importante del siglo XX. Heidegger, se sabe, es acaso el más genial de los filósofos de ese mismo tiempo. Los dos, se sabe, fueron nacionalsocialistas. La cuestión no es simple.
De La caída (torpemente) se dice que es inmoral porque "humaniza" a Hitler. El desconocimiento que hay sobre la temática del nazismo y los derechos humanos detrás de esta mínima afirmación es grave, es torpe y, en algún punto, peligrosa. Si la película es "inmoral" porque "humaniza" a Hitler tendríamos, entonces, que lo "humano" es lo moral y lo "inhumano" lo "inmoral". Así, para tranquilidad de conciencias que buscan eso: serenarse con mentiras piadosas, se ha razonado durante algún tiempo. Pero no: Hitler era humano. Pertenecía a la condición humana. Y fue uno de sus frutos más perfectos. No hay "lo malo". No hay "lo bueno". El Bien y el Mal están en lucha y el campo de batalla es el corazón del hombre. Freud encuentra en el hombre maniatado por las prohibiciones que posibilitan la cultura dos pulsiones: la pulsión de muerte y la de vida (el Eros). Recuerda la frase de Hobbes, creador del pesimismo burgués, "el hombre es el lobo del hombre", y no cree que esto vaya a cambiar. Tal vez Eros logre reducir el avance de su terrible adversario. Pero sólo eso. La pulsión de muerte es indetenible.
En Dialéctica del iluminismo Adorno y Horkheimer destruyen la versión Billiken del nazismo. Que sería así: una pandilla de hombres muy malvados se adueñó de un Estado, hizo una guerra y asesinó seis millones de judíos. Esto deja en paz a todos. El nazismo fue, así, un hecho irracional, un brote feroz y macabro de la historia, una desviación, un extravío horroroso del cual el ser humano sabrá regresar. No es así. El nazismo es uno de los movimientos más racionales de la historia humana. Para Adorno y Horkheimer, incluso, Auschwitz es fruto del endiosamiento de la Razón que hace el Iluminismo. También la idea de "pandilla de asesinos", a la racionalidad y humanidad de la historia, blanquea al pueblo alemán, que sostuvo a Hitler del principio hasta el fin, hasta el mismísimo terrible fin.
La "teoría de los dos demonios" juega en la Argentina un papel semejante: dos extremos desquiciados y, en el medio, un pueblo inocente que mira entre el terror y la impotencia. Hitler lo dice claramente: ellos (el pueblo alemán) nos eligieron, que ahora mueran con nosotros. La "culpa colectiva" es uno de los temas más duros y conflictos, pero reales, necesarios. Jaspers la estableció para el pueblo alemán. Lo que se sabe y escasamente se discute es que un pueblo no sólo es responsable de lo que crea sino de lo que no puede evitar. Y, sobre todo, si no hace nada, nada en absoluto por evitarlo.
Al fin los alemanes enfrentan su propia y dolorosa historia. Habermas lo pedía en 1953 al comentar la reedición de la Introducción a la metafísica de Heidegger de cuyas páginas el Rektor de Friburgo no había eliminado los adjetivos "verdad" y "grandeza" que le atribuía al nacionalsocialismo. Habermas decía que la cuestión sobrepasaba a Heidegger, cubría a todo el pueblo: qué hicimos y no hicimos para que esto haya sido posible.
¡Qué triste el Hitler que dibuja el gran Bruno Ganz! Pocas veces en un filme se vio a un hombre enfrentar la muerte con tan poca grandeza. Quebrado, partido sobre sí, humillado, arrastrando los pies, loco, patético, imaginando ejército irreales ante el asombro de sus generales (que también van a morir pero no tiemblan ni han perdido la razón), lanzando gritos y órdenes que ya nadie entiende, ese ser humano exhibe la miseria de su condición, la que comparte con todos nosotros, la humana.
Hitler fue un hombre tramado por la historia, apoyado por miles de intereses, impulsado por los mariscales del acero y por la aristocracia y por el capitalismo internacional para frenar la "ola roja", sostenido por quienes creían que los mercaderes judíos se habían robado la riqueza alemana, por la clase media que pedía "orden" ante los des-órdenes de la República de Weimar y hasta por la intelectualidad alemana, por el genial autor de Ser y Tiempo. La administración de los campos del horror (como en el Reich argentino) fue racional en extremo. No fue un hecho irracional e inhumano. Pero, ¿qué creen que es el hombre quienes aún buscan serenarse con estos cuentos de hadas? Los torturadores no eran "bestias". Eran hombres. Decirles "bestias" es agraviar a las bestias, que no torturan.
Los administradores de los campos y sus ideólogos eran hombres, sus planes estaban tramados por una racionalidad instrumental implacable y su crueldad se alimentaba por una creación maestra de la pulsión de muerte: la invención del Otro absoluto. El judío, el negro, el subversivo, el disidente. Nosotros no matamos hombres, matamos judíos, decía Himmler. Nosotros no matamos personas, matamos subversivos, decía Camps. No hay nada más sencillo para el hombre que instaurar la lógica de la muerte. Se trata de crear un valor absoluto (la tierra, la sangre, la raza de señores, el ser nacional, la Diosa Razón, la revolución proletaria, el hombre nuevo, la Democracia Occidental) y, desde ahí, matar a todos quienes, uno, el verdugo del Nuevo Orden, decide que son el "enemigo", el Otro. La víctima, cuya vida, al ser nosotros lo Absoluto, nos pertenece, porque es relativa, está "fuera" de lo Absoluto. Es decir, es nada y nada vale. La caída es una de las más grandes películas de nuestro tiempo. Con un agregado: dibuja la figura de la más escalofriante Lady Macbeth de la historia del cine, la mujer de Goebbels.

y coincido con gerar, que fueran gays o no la mayoría de nazis es lo de menos, tampoco creo que lo fueran forzosamente, es como en todo, en cualquier lugar ves a heterosexuales, homosexuales y a bisexuales, así pues, que haya homosexuales y bisexuales nazis entra dentro de la lógica
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