Clarin Deporivo 04-11-2006
Hasta hace ruido la sangre cuando la vista se llena con un contorno en ebullición. Son las 19.24 de un domingo intenso, de alto voltaje, en el que las pulsaciones anduvieron a mil, en el que todo fue efervescencia en el Olímpico de Moscú. Hay diez mil almas que están dentro de una enorme caja de resonancia. Todos aplauden, todos gritan. Dmitri Tursunov no encuentra ninguna bola más para seguir regalando al público y entonces revolea una banana. Chucho Acasuso está sentado, con las manos en la cara, con sus compañeros alrededor, con su hermano Juan y sus padres, José y Selva Mónica a dos metros, y con el corazón hecho pedazos. Entonces, aquel grupo de rusos que está a la izquierda de Boris Yeltsin, sin que nadie se lo pida empieza a gritar tímidamente Ar-gen-ti-na. Sin pronunciar la g, con un evidente tono extraño a los oídos visitantes. Pero se los entiende, eh. Vaya si se los entiende. Señalan primero a una parte de la hinchada, enseguida a los jugadores que todavía están ahí, aturdidos por el desconsuelo, con el sueño roto en las manos. Y el canto se propaga como el fuego. Rusos y argentinos premiando al perdedor.
Hasta hace ruido la sangre cuando la vista se llena con un contorno en ebullición. Son las 19.24 de un domingo intenso, de alto voltaje, en el que las pulsaciones anduvieron a mil, en el que todo fue efervescencia en el Olímpico de Moscú. Hay diez mil almas que están dentro de una enorme caja de resonancia. Todos aplauden, todos gritan. Dmitri Tursunov no encuentra ninguna bola más para seguir regalando al público y entonces revolea una banana. Chucho Acasuso está sentado, con las manos en la cara, con sus compañeros alrededor, con su hermano Juan y sus padres, José y Selva Mónica a dos metros, y con el corazón hecho pedazos. Entonces, aquel grupo de rusos que está a la izquierda de Boris Yeltsin, sin que nadie se lo pida empieza a gritar tímidamente Ar-gen-ti-na. Sin pronunciar la g, con un evidente tono extraño a los oídos visitantes. Pero se los entiende, eh. Vaya si se los entiende. Señalan primero a una parte de la hinchada, enseguida a los jugadores que todavía están ahí, aturdidos por el desconsuelo, con el sueño roto en las manos. Y el canto se propaga como el fuego. Rusos y argentinos premiando al perdedor.
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